miércoles, 25 de septiembre de 2013

Mutis por el vestíbulo

Álvaro Mutis en Cosmopoética 2009. Fotografía de Madero Cubero para Cordópolis



José Daniel García
23.09.2013

Hoy he tenido que madrugar porque iban a instalarnos una mampara en el cuarto de baño y, si quería ducharme, debía hacerlo antes de las siete y media. Con el sueño pesado de quien, últimamente, se desvela de madrugada a causa del bebé que reclama su dosis de leche materna en la casa contigua, he golpeado con saña el despertador y me he desperezado bajo el agua. Mientras esperaba a que el café empezara a gorgotear dentro de la jarrita, he encendido el portátil para ver las noticias en Twitter. Siempre procedo igual: un repaso rápido a los twits y una búsqueda en Google cuando algún post informativo me interesa. La primera sorpresa ha sido triste: el poeta colombiano Álvaro Mutis se une al reciente elenco de escritores que abandonan el mundo de los vivos (esto último lo escribo con dudas, puesto que su vida y leyenda se desenvolvieron en la atmósfera del realismo mágico americano, donde vivos y muertos conviven con naturalidad e, incluso, cierto decoro). He ampliado la noticia en la prensa digital y he mirado sus últimas fotografías. Y mientras intentaba recordar si, cuando vino a Córdoba, lucía bigote, una anécdota extraña me ha vuelto a la mente. 

Ocurrió, como es obvio, en Cosmopoética, a mediados de abril de dos mil nueve, en pleno ecuador del Festival. Yo disfrutaba de mi primer año en la Residencia de Estudiantes de Madrid y, por haber ganado el Premio Hiperión, estaba invitado a leer mis poemas en un instituto de la capital. La primera noche me alojé en hotel con la ingenua idea de retirarme a la habitación temprano porque tenía intención de terminar una conferencia sobre última poesía española que un profesor paisano me había encargado para celebrar la semana de las letras españolas en dos ciudades de Estonia, país al que debía viajar la semana siguiente (y adonde, finalmente, no fui por culpa de un motor averiado de la compañía Czech Airlines, pero esa es una historia rocambolesca de la que no voy a hablar ahora). Al otro día, además, tenía una cita a las ocho de la mañana (una hora extrañísima para quedar con alguien, lo sé, pero c’est la vie). El caso es que, tras asistir al último recital de la noche, me di una vuelta por el bar Amapola con idea de saludar y volverme pronto. Queda claro que no hice lo segundo y, como soy un humano que necesita tomar un buen desayuno para poder ponerse la escafandra de supervivencia que cada uno lleva a su manera, media hora antes de lo que me he levantado esta mañana estaba disfrutando de una dosis doble de cafeína y de un par de cruasanes con mermelada mientras, en duermevela, fantaseaba con amables seres diminutos que me subían los párpados y me movían la mano para escribir aquella ponencia que, dos semanas más tarde, acabaría soltando por skype desde mi habitación en Madrid (observando, con pena, en la pantalla aquel auditorio lleno de hermosas universitarias rubias que me preguntaban “¿y cuándo vas a venir?”). Tras el desayuno, cumplí con mi cita y, de vuelta al hotel, aún arrastrándome por la ribera nubosa del sueño, me encontré en el vestíbulo con Álvaro Mutis. Me pareció un señor elegante y risueño e, instintivamente, busqué entre sus facciones alguna señal de viejo marinero, por esa afición común entre los lectores de identificar al autor con sus personajes. Aquella distracción, unida a la falta de descanso, reseteó su nombre de mi cerebro, y por más que intentaba recordarlo, sólo me salía “Maqroll Mutis”. Él me miraba con extrañeza amable, como alguien que se sabe reconocido, y esperó, con paciencia, a que su observador pronunciase las palabras que lo estaban cercando; pero yo me sentía incapaz de hablar. “Maqroll el colombiano, Gaviero Mutis”, era lo único que recordaba. Consciente de que estaba excediendo el tiempo de cortesía que a todo admirador debe concedérsele, lo único que al final logré decirle fue: “hola…uhm… soy un poeta joven”. Y al emplear el adjetivo “joven” titubeé, porque siempre he pensado que es un calificativo indulgente que conlleva más daño que beneficio a los escritores que empiezan. Álvaro Mutis, entre burlón y condescendiente, me respondió con seguridad: “y yo un poeta viejo”, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, y entonces ya no supe qué añadir. Ni Maqroll, ni ultramar. Me limité  a largarme rítmicamente, caminando de espaldas y arrastrando los pies como un torpe avatar de Michael Jackson que ensayara los pasos del “Moonwalker”. 

Después de aquel absurdo diálogo, no volví a dirigirme a Álvaro Mutis, pero ello fue por pura timidez, pues daba la impresión de ser un hombre sencillo y cercano (como todos los Grandes, supongo). De no habernos topado de esa manera cómica en el vestíbulo del hotel, quizás ahora me arrepentiría por no haberle pedido que me firmara uno de sus libros, pero es evidente que nuestro diálogo becketiano vale más que cualquier dedicatoria al uso.


José Daniel García (1979) es un escritor cordobés. Con su primer libro, El sueño del monóxido (DVD, 2006), ganó el premio Andalucía Joven de Poesía. Su segundo poemario, Coma (Hiperión, 2008), fue merecedor del prestigioso premio Hiperión En 2010, vio la luz el cuaderno caníbal Estibador de sombras (Cangrejo Pistolero Ediciones). Tiene una novela inédita y, recientemente, ha publicado –on line– el nanopoemario Imagen y palabras (nanoediciones.com). Durante los cursos 2008/2009 y 2009/2010, obtuvo una beca de creación en la emblemática Residencia de Estudiantes-CSIC de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En el Cosmos faltaba decir...