miércoles, 17 de octubre de 2012

Más allá del balance, el "post-Cos"

Ayer, una semana después de inicio del silencio cósmico, llegaban los datos. Afluencia, balances, presencia en redes... Sí, una semana más tarde del día después, porque con el acto de clausura no se acaba la actividad cósmica sino que toca sacar números, terminar de cumplimentar datos, ponerse con la memoria y los informes... Los poetas invitados vuelven a su hogar mientras el cosmoequipo, en casa o en la oficina, intenta recuperar horas de sueño y regular su alimentación, aún con el hombre del paraguas en la cabeza. Algo más tarde, acontece el silencio y la extrañeza pero la primera reacción es la alegría extrema, el júbilo. Por eso, justo cuando las luces se encendían dando fin al acto de clausura, algunos de nosotros nos reíamos así: 
Fotografía de Lola Araque

Risas, abrazos y darse la enhorabuena unos a otros por ese hemos podido. Fotos. También fotos. Y un gran aplauso (casi en círculo) de esos de los actores una vez finalizada la representación (sin actuaciones pero con todos aguantando el tipo). La primera celebración del post-Cos casi de manera espotánea, pero con mucho cansancio a cuestas.


El día después era amorfo. Uno no sabría cómo referirse a ello. La extrañeza de no continuar con el ritmo Alto-Alto pero aún con tareas pendientes. Eso sí: llamadas e emails entre unos y otros para comprobar que seguíamos vivos y que eso era real. Eso: cerrar la novena edición de un festival que se consolida año tras año con cifras muy positivas y la presencia (siempre cándida y en casi todos los actos) de Ahmad al-Shahawi, el sonido de la lluvia en chino de Hu Xudong, el humor agudo y perspicaz de Jorge Fondebrider, la sonrisa permanente de Antonio Miranda, el Milán y los patios de infancia de Milo de Angelis, el entusiasmo de bailautor de Javier Álvarez, un jovencísimo (y profesional) Alberto Ballesteros, la pinta de tipo duro de Paul Viejo, las anécdotas de Jesús Aguado, la voz encandiladora de Roberto Loya, la niña (de rojo y con el bolso a cuestas) Juana Castro, la seguridad rotunda de Sara Mesa, el sentimiento contenido en los largos poemas de Carmen Garrido... Recordamos las particularidades de todos ellos y los pensamos, al igual que a Pablo García Baena, siempre muchacho, casi siempre entre el público, sigiloso, que recibía el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca justo el día después.
Fotografía de Lola Araque

La grieta de Orive persiste, un tanto melancólica, porque... tenemos tantas historias y anécdotas (de las que se pueden y no se pueden contar). Nos-tal-gia-cós-mi-ca, aunque la poesía siempre se queda (en los ojos, entre los dientes, en el asfalto, colgando de los árboles, en los balcones, en versos sueltos en un cuaderno...), que Córdoba, en el cos o en el post, siempre será el hogar del hombre del paraguas. Gracias a todos por vuestro apoyo y compromiso una vez más. Porque creéis, nosotros creemos, seguimos y trabajamos trabajamos trabajamos trabajamos... hasta la extenuación.


Cerramos el Cosmocuaderno... hasta el año que viene. Nos seguiréis encontrando en las redes.


Pálida señorita del paraguas se despide, justo ahora que regresan las lluvias. Entre versos, prisas y palidez, el resguardo de este paraguas y el mejor calor de hogar, el del Cosmoequipo. Continúo pálida y llevo un paraguas -y unos cuantos poemas de Pere Gimferrer- en el bolso... Nunca se sabe.

domingo, 7 de octubre de 2012

Historia de una foto

Estos son los fotógrafos que fotografiaron a los Novísimos cuarenta años después. Con su cámara a cuestas, en moto o en bici, son los esperaron pacientemente en el patio de Bodegas Campos al mediodía para inmortalizar un momento poético singular. 


 De izquierda a derecha, Francis Vargas (El País), Rafa Madero (Cordópolis y El Mundo), Lola Araque (Cosmopoética) y Paco Sánchez Moreno (Diario Córdoba). 

Los que protagonizaban la foto histórica (oficial) llegaron a Córdoba en tren o en avión, con sus libros y sus risas, con sus corbatas y sus trajes. Son estos otros, los de Castellet, los Novísimos. Aterrizaron en la ciudad los que estuvieron incluidos en esa antología y algunos de los que quedaron fuera, pero también sus estudiosos, como Juan José Lanz o Túa Blesa. Cinco mesas y muchas conversaciones en el exterior de la Sala Orive más tarde los conocemos mejor, no solo poéticamente.
 Novísimos y acompañantes junto a José Nieto (Alcalde), Juan Miguel Moreno Calderón (Concejal Delegado de Cultura Ayuntamiento de Córdoba) y Joaquín Pérez Azaústre (Director Literario del Festival). Fotografía de Lola Araque

Sabemos de sus influencias (ese Góngora siempre latente y la reivindicación de Cántico, especialmente de Antiguo muchacho de Pablo García Baena), de su pretensión de ruptura con las estéticas caducas de aquel momento, de su afición a referenciar obras, autores, conceptos, etc., y de la predilección por lo cinematográfico de unos frente a la reivindicación del metalenguaje de otros. También conocemos algunas peculiaridades de la relación entre ellos y cómo ensalzan la figura de Pere Gimferrer, como pieza clave de su generación.

Sí, ellos han protagonizado este reencuentro histórico, pero no debemos olvidar que, si han estado aquí, es porque hay una intrahistoria que contar, una intrahistoria cósmica de fotógrafos que fotografiaron a los Novísimos, coordinadores, gestores y demás personal que dedicaron muchas llamadas y emails a que los Novísimos estuvieran, periodistas que se esforzaron por hacer que los Novísimos saltaran a los medios y al 2.0… Todos ellos, los protagonistas de esta intrahistoria, también están en la foto del reencuentro, aunque no se vean. Ellos no son los Novísimos; son los que hicieron que los Novísimos estuvieran aquí, con el hombre del paraguas.
Pálida señorita del paraguas

PD: Recopilaremos en un documento todos los tuits de las retransmisiones de las mesas novísimas lo antes posible, a modo de resumen histórico-cibernético de este reencuentro. Pero eso será dentro de unos días. Ahora toca llevarse prendidos en los ojos todos los versos y los momentos singulares de esta edición de Cosmopoética 9, porque, aunque parezca mentira, la clausura del Festival tendrá lugar esta tarde: Alcázar de los Reyes Cristianos, 20.30h, con “En un claro del tiempo”, de Jesús Vigorra y Carmen Camacho.

sábado, 6 de octubre de 2012

Gánsteres a los veinte

Tras sus versos, mucho cine, muchas películas de cine negro de los años 30-40. Y su predilección por las historias de gánsteres, con sus pistolas, sus zapatos de charol y el tabaco rubio. “Elegía”, de Pere Gimferrer, poema incluido en “La muerte en Beverly Hills” (1967) como precedente de “South Wabash Avenue”, de Luis Alberto de Cuenca. Ambos (estos dos poemas) veían la luz en los apenas veintipocos de sus autores y ambos (poetas) asistían como invitados al taller de poesía de Eduardo García cuarenta años más tarde para reavivar estos versos de gánsteres, dolor (oculto) y muerte. 

 Pere Gimferrer en el taller de poesía de Eduardo García
Fotografía de Lola Araque

Gimferrer, que no ha estado nunca y puede que no lo llegue a estar en Beverly Hills, teje el poema con yuxtaposiciones de imágenes, -de ninguna película en concreto, precisa- cinematográficas todas, y distintos tonos, recurriendo a la cursiva y la rima para emular una mala traducción de alguna canción de habla inglesa. Apenas cinco años más tarde, Luis Alberto de Cuenca, cuya película favorita es Scarface, retoma esta presencia femenina (y mortal) que deambula por la ciudad en “South Wabash Avenue” y, de nuevo, alusiones cinematográficas o pictóricas, para que imaginemos el mundo en el que nos adentramos, y detalles sádicos de gánster. A su vez (y esto lo desconocíamos), una pérdida: la de la mujer amada, Mª Rosa en el caso de Pere Gimferrer y Rita (una mujer pálida, muy blanca y de ojos casi transparentes), en el de Luis Alberto de Cuenca. 

De la torrencialidad, en el caso de Gimferrer, a la síntesis epigramática de Luis Alberto de Cuenca y sus finales sorpresivos, las referencias cinematográficas y esa predilección por los gánsteres en algunos poemas. Aceptaron el reto de participar en una sesión del taller de poesía para, cada uno a su manera, ahondar en los entresijos de sus poemas y hablarnos de sus maestros. Luis Alberto de Cuenca insistió en que “Si los poemas no tienen una verdad personal, es mejor no escribirlos”. Nos habló de los poemas simplemente correctos, de encargo, y de los que verdaderamente laten por las historias que concentran (escondidas), para sentenciar finalmente: “El ejercicio de la literatura es vano, inútil, si no va acompañado de emoción personal”.
Luis Alberto de Cuenca. Fotografía de Lola Araque

Por su parte, Pere Gimferrer nos advirtió que el verso libre a menudo es una mezcla de heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos, y de la importancia de leer en varias lenguas -la poesía no puede ser traducida-, así como de lo imprescindible de Góngora y Rubén Darío. Nos recomendó tremendamente la lectura de Ensayos de poética, de Roman Jakobson, y, lo más importante, nos reveló que “La poesía puede decir cosas imposibles, pero jamás cosas no visualizables”.

Ahí estaban, a este lado de los ventanales del Palacio de Orive, Pere Gimferrer y Luis Alberto de Cuenca, con versos entre las manos, recordando lecturas y rememorando esos gánsteres de los poemas de los veintitantos.
Pálida señorita del paraguas

PD: En realidad, también pasó que pálida señorita del paraguas se encontró con su creador, esto es, con el autor del verso que le ha atribuido tal personalidad y le temblaron las piernas. A su vez, conoció a la increíble mujer que acompaña al creador de pálida señorita del paraguas, Cuca. Incluso, se colocó entre ambos en una foto. Puede que ya sea hora de que mostremos el poema que habla de la pálida señorita

viernes, 5 de octubre de 2012

Entre "visiones" de maestro y discípulo

Maestro y discípulo, "dos poetas en músculo y alma", como precisaba José Daniel García en su presentación, ambos cultivadores del lenguaje y referentes en el panorama nacional, se reunían ayer, en una Sala Orive repleta, para presentar el último libro -"este libro sale ahora pero lo escribí hace seis años"-de José Luis Rey: "Las visiones" (Visor, 2012). ¿Qué es una visión?, se plantea en primer lugar. "Una visión es el día de hoy, presentado por Gimferrer, ante un público lleno de maestros", sentenciaba un José Luis Rey pleno, exultante, que cita a Emily Dickinson y a Rimbaud como referentes de estas visiones, que no se tratan sino de mirar desde lo cotidiano hacia algo más trascendental. Pere Gimferrer simplemente contesta: "pienso en algo muy cercano a lo que dijo José Luis" y se enzarza en una reflexión circular que vuelve a la frase iniciar, a respaldar las palabras de Rey. 
José Luis Rey, Pere Gimferrer y José Daniel García. Fotografía de Lola Araque.

Gimferrer habla del timbre poético de José Luis Rey, de esa fusión entre ironía y trascendencia, a la que se alude en la contraportada del libro, y le pide a Rey que lea unos cuantos poemas que a él le resultan "muy interesantes". Entre tanto, Rey  precisa que su poesía "no es surrealista en absoluto", aunque parta de imágenes potentes, que todos los poemas tienen una explicación, un sentido, y nos muestra ese ensamblaje de Guerra y Paz con su habitación, en la que transcurrió su adolescencia, para conformar el poema Las tropas napoleónicas atraviesan mi cuarto. El invierno de los catorce años se confunde con el Tólstoi en "No se puede dormir/ con miles de franceses pisando la almohada./ Hace ya tanto frío que también los caballos/ se tienend en la alfombra, dispuestos a morir", si bien Gimferrer insiste en que su verso favorito es: "Y en aquella cabaña de la cómoda/ vivía Pushkin, padre de los pájaros".

A medida que la lectura de poemas de José Luis avanza, el lenguaje embriaga la sala. "Es mucho mejor lector en voz alta que yo mismo y que Luis Cernuda", comenta Gimferrer. Sí, la voz de Rey crea  una atmósfera casi mística. Tantas imágenes convertidas en visiones prendiendo los ojos del público y maestro y alumno reafirmándose entre sí, plenos, el uno junto al otro. Y es que también a Gimferrer se le observa satisfecho y feliz. Pasea por las páginas del libro y, de cuando en cuando, posa su mano derecha sobre el brazo izquierdo de Rey. Entre ellos, una complicidad singular, la de dos genios que conciben la poesía como experiencia del lenguaje. 

José Luis Rey y Pere Gimferrer, después de la presentación.
Fotografía de Lola Araque

Las visiones son las tropas que no dejan de pasar entre paredes adolescentes llenas de moho o acaso una ilusión de maestro y discípulo (a su vez también maestro de muchos) sentados a la mesa, compartiendo una botella de agua en dos copas, entre miradas cómplices. Algo así como un eclipse o éxtasis del lenguaje en medio de la sala.

pálida señorita del paraguas

miércoles, 3 de octubre de 2012

Contra la épica

Leopoldo María Panero advierte en la película El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) que mostrar la historia de la familia debiera resultar romántico y lacrimógeno, pero que “la realidad es demasiado deprimente”. Quizás esta afirmación lo que refleje todo. Porque pese a que Javier Fernández durante la presentación anterior a la proyección del film decía “hoy es un buen día para los que aman la poesía”, los reunidos en la Filmoteca de Andalucía –en una tarde astorgana de verano- no iban a toparse con la poesía más allá de un nombre –el legendario Leopoldo María Panero- y unos versos murmurados vagamente por este, sino con la épica que reivindica la figura del héroe y ensalza sus hazañas, siempre a medio camino entre la realidad y la ficción. Una épica construida a través de la expresión oral, de los diálogos, familiares en el caso de los en blanco y negro e improvisados en los de a todo color (y en directo).


 Fotograma de El desencanto (Jaime Chávarri, 1976)

Entre dos ingenieros que no ejercen como tales, Javier Fernández y Fernando Vacas, aparecía en el escenario Leopoldo María Panero, a modo de presentación de esta película, un híbrido entre documental y ficción (a base de personajes reales), que podría entenderse –en este contexto cósmico- como un poema novísimo. “Brilla como una rareza dentro de lo que es el cine español”, comentaba Fernández sobre esta obra de Jaime Chávarri, cuya atmósfera se expandía por toda la sala embriagando a los asistentes. Sí, el desencanto llegaba como algo más que el desencanto del franquismo o el desmoronamiento de una familia.
Hubo muchos elementos de épica: las cuatro coca-colas, citar que Bolaño habla de él en 2666 o insistir en que la CIA lo persigue. Vacas llegó (incluso) a decir: “Después de los Rolling Stone está Panero”. Pero también la épica se quebró casi con la misma intensidad que con las palabras de Leopoldo María en la película –“yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos”- cuando este bajó del escenario para sentarse en una butaca. Nuestro héroe, en el que perdura ese gesto que observamos en la pantalla de introducir la mano en la camisa para tocar el pecho, se pasaba del verde de las sillas del escenario al naranja de las butacas y huía de las escenificaciones. 
Leopoldo María Panero, sentado entre el público, en la primera fila. 
Fotografía de Lola Araque

Como nos recuerda Michi Panero hacia el final de la película, para estar desencantados antes hay que estar encantados o quizá, como también apunta el hermano menor, simplemente el desencanto es una cosa impuesta, como la épica. También la épica viene dada y no se combate con epitafios.

Pálida señorita del paraguas

PD: Y esto era solo el primer asalto Novísimo. A partir de esta tarde, más leyenda. Estaremos retransmitiendo en directo las mesas de los Novísimos a través del hashtag #novisimos (en minúscula y sin tilde). Que nadie diga que no poder trasladarse a la ciudad del hombre del paraguas es excusa para perderse un reencuentro histórico.

martes, 2 de octubre de 2012

Grandes preguntas en pequeños talleres

El hombre del paraguas apuesta por los talleres porque sabe que es en estos espacios, en los que se entrena el oficio y se convive con otros aspirantes, donde surgen, de un momento a otro, de manera inesperada, las grandes preguntas, que ni siquiera los que los imparten son capaces de responder para sí en su día a día. Ante el estupor por su formulación en público no queda sino debatir y autocuestionarse (para dentro), porque la respuesta puede que no exista.

Taller ¿Y por qué no? Fotografía de Lola Araque

¿Contar o no contar una historia de familia que puede causar dolor en el entorno más cercano? Y una bomba de perplejidad estalla en medio de la sala de juntas de la Facultad de Filosofía y Letras donde Matilde Cabello imparte el taller ¿Y por qué no? Los participantes se miran unos a otros e intercambian opiniones. Hay partidarios de escribir decididamente, otros que hablan de escribir, guardarlo en el cajón y romperlo con el tiempo, los que insisten en calcular el dolor y los daños derivados del mismo… A la sesión asisten, como invitados, Joaquín Pérez Azaústre y Araceli S. Franco. También ellos se interrogan entre sí. Desconocen la respuesta pero hablan de su experiencia. Después, una de las integrantes del taller sentencia: “Si la historia está ahí, hay que escribirla”
Guillermo Busutil en la sesión final del taller de cuento. Fotografía de Lola Araque

¿Qué hacer para alargar una historia, para pasar de las 50 páginas? Y todos ríen en el taller Cómo escribircuentos, de Antonio Luis Ginés y Francisco A. Carrasco. Piensan: “he aquí el quid de la cuestión”. Uno de los participantes tiene recogido su viaje a Cuba en 50 páginas. Un amigo lo ha animado a prolongar la historia y él, decidido, ha aceptado el reto, pero no sabe qué más hacer. Francisco A. Carrasco le propone aumentar las descripciones, adentrarse en otros personajes…, mientras Guillermo Busutil, el invitado especial del taller, también duda sobre la respuesta. Advierte del peligro de hacer crecer y crecer la historia para que esta termine por descontrolarse y, así, disgregarse. Apuntan algunas otras cuestiones entre todos y al final… queda un poco en el aire. Pasan a hablar de los finales, de los finales con efecto retardado.
Eduardo García y sus talleristas. Fotografía de Lola Araque

En el Taller de Poesía de Eduardo García aún se están germinando las preguntas dentro de las rocas, porque Eduardo habla de sus talleristas como piedras, que ya albergan la esencia de lo que serán, pero a las que hay que esculpir para hacer que su propia voz aflore. De momento trabajan el primer verso, hacer que este prometa mucho sin comprometer nada, y aguardan impacientes la visita de Pere Gimferrer y Luis Alberto de Cuenca. 
Javier Álvarez, durante el cuando. Fotografía de Lola Araque.

Por su parte, Javier Álvarez, aún se encuentra en el “cuando” del Cuando haces pop, porque, según explica, cada sesión se corresponde con una palabra. Cuando es el momento de presentarse, exponer la experiencia propia, precisar que bastan tres acordes (Sol-do-re) para esgrimir una melodía y desterrar la culpa y el pedir perdón, porque en la canción POPular “ocurre de todo; esto es una sorpresa continua” y aún queda el haces y… el POP.

Pálida señorita del paraguas

PD: Del taller de Matilde Cabello han salido "Los chicos del menú" y darán de qué hablar, con sus reuniones periódicas en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras al mediodía. "Eso del menú baratito es muy de escritor", precisaba Joaquín Pérez Azaústre al enterarse de la iniciativa.